Mente y corazón: qué enseña la filosofía
La filosofía nos ayuda a pensar con sensibilidad y a sentir con inteligencia, a conectar mente y corazón, corazón y mente. Ante todo nos enseña cautela y auto-contención: no anticipar la comprensión, no interpretar precipitadamente; y a escuchar más que a decir. La filosofía no solo tiene que ver con el pensamiento, con la creación de ideas, también con consentir que la vida se manifieste ante nosotros libre y plenamente, sin interponer al sentir criterios estrechos, ya sean propios o ajenos.
Vivir es percibir. Mientras percibimos, nuestra mente y nuestro corazón están permanentemente activos (1). Mentalmente nos proyectamos, construimos ideas, sobre lo percibido y sentimentalmente lo acogemos, somos afectados por ello. La mutua escucha entre mente y corazón propicia una comprensión directa de las cosas, que es una síntesis creativa del sentir y del pensar.
Esta comprensión sentida surge en la interacción armónica entre lo que proyectamos y lo que acogemos. Según cómo mentalmente proyectemos y sentimentalmente acojamos, así será nuestra percepción de la vida, del mundo, de los demás y de nosotros mismos. Puedo, por ejemplo, anteponer ideas preconcebidas e interesadas o permitir que las ideas vengan y se vayan; puedo dejarme atravesar por sentimientos que me perturban o rechazarlos o fingir otros que no siento pero considero oportunos o convenientes.
Por lo general, unas personas son más de sentir que de pensar y otras más de pensar que de sentir, pero a todos nos mueve un mismo impulso de vida: expandir nuestra sensibilidad y profundizar nuestro pensamiento. Abrir el corazón y centrar la mente. La comprensión sentida comienza en la aceptación misma de lo que hay, que es el diálogo presente entre lo que siento que me da la vida y cómo pienso eso que recibo.
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(1) Con la salvedad de los momentos de sueño profundo, durante los que parece que hay una cesación temporal de la actividad perceptiva.